RETO TAHISIANO #5 | LAS DOS BANDERAS




Relato escrito para el reto tahisiano (Noviembre). 
Bloque utilizado: A (IMAGEN 2) 



Los últimos rayos de sol de aquel día me acariciaban la piel. El crepúsculo iba delineando trazos rosados y anaranjados con su pincel, reflejándose su grabado en las aguas apacibles del horizonte de aquel ocaso. Los tonos aquamarina de las aguas mudaban a uno más violáceo y los destellos dorados resultantes del resplandor de Lorenzo daban lugar a otros plateados, pues la Luna y las estrellas comenzaban a dejarse ver en el firmamento.

Aquel paisaje armónico contrastó con mi caos interior y un impulso desde lo más profundo de mi ser ejecutó la orden y comencé a andar, portando mi tabla de surf, hacia el océano.  

Algunas veces el mar te susurra al oído canciones que solo el receptor comprende. Comienza entonando suaves melodías que se escuchan lejanas, que vienen y van al ritmo en que las olas se consumen en la orilla. En ese momento, las preocupaciones guardadas en pequeños cofres en mi cabeza fueron saliendo una a una, embriagando poco a poco mis sentidos. Me encaré al oleaje, nadando con determinación y angustia hacia él. Quizás olvidé que nunca hay que enfrentarse a la naturaleza, pues es la segunda fuerza más tenaz y decisiva de todas.

Las aguas se embravecieron a causa del desafío y se inició una batalla librada por dos banderas. Las ondulaciones abandonaron su dócil apariencia y se cernieron cual cuchillos sobre mí. La tempestad sacudía mi tabla con rabia, aunque no conseguía doblegar mi voluntad. Los susurros se volvieron rugidos y bloqueaban mis oídos.  El mar me abrazaba, apenas podía ver más allá. Los ojos y la garganta me comenzaron a arder, pero seguí nadando cada vez más irritado, confiando en aquella tabla que hacía de límite y nos separaba.

Venía detrás de mí, lo sabía, y en un arrebato de valentía inicié los movimientos pertinentes para ponerme de pie sobre la tabla. Por unos instantes, cuando me sentí volar, pensé que había conseguido torcer su empeño. Estaba cabalgando sobre ella, con la brisa acompañando mi cuerpo. Creí ser el rey del mundo sobre aquella imponente ola. Pero justo cuando mis pulmones iban a desatar un aullido de adrenalina al cielo, caí.

Una nueva canción escuché bajo las aguas, más placentera y sosegada. Una nana que me mecía y que me alzó hasta la superficie. El oxígeno inundó mis pulmones y mis ojos se abrieron, encontrándose de frente con unas grandiosas rocas puntiagudas que dejaba atrás poco a poco, esa fuerza estaba guiándome hacia la orilla. Mis preocupaciones se fueron disipando y los latidos de mi corazón se hicieron eco en mis oídos logrando acallar el sonido del mar. Una vez más, aquel órgano había ganado la batalla. El corazón se había impuesto a la razón que, abatida de nuevo, inició el regreso a casa. El corazón me había vuelto a salvar, pues como dijo un sabio una vez  “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. 






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